Tiempo de quimera
Las ilusiones anidan, luego de levantarse, entre el viento que sospecha y el sueño que afianza. Es el tiempo en que se proclaman dueñas de tu minúscula humanidad, fatídica hora antes del bocadillo. En cuanto el estómago se adormece, ellas lo acompañan en ese vuelo a ninguna parte, y, si no aprovechas el instante, nada quedará registrado para la estúpida eternidad, y menos para la sonrisa cotidiana, esa que anula la magia inversa del bocadillo. Aprovecha el momento, no compongas excusas, aunque sean toalla de ducha, nunca digas nunca más, sabes que será falso. Hazlo. Abre los ojos, cierra las compuertas del silencio. Habla. Grita. El silencio es propiedad unívoca del desierto, nadie lo emulará, ni cerrando la boca. Sobrevuela su nido, mira las ilusiones a la cara, fotografíalas, dibújalas si fuera menester, pero no pierdas ni una línea de su contorno, ni un rastro de la sombra que se desliza por el fondo, quizá sea lo que buscabas, la confianza perdida, un sueño despierto, esa locura en el probador de unos grandes almacenes, aquel baño marino de atardecer, el suspiro de un aviador diarreico, una tórrida caricia bajo la mesa de un restaurante, incluso un beso clavado en el aire de un dormitorio hueco, por no decir vacío, luego de colgar el teléfono al amanecer. Ahora lo llaman fantasías, pero existieron con otros nombres y existirán por los siglos de los siglos. No las desaproveches, úsalas, exprímeles hasta la última gota. Ellas te perdonarán. Lo único que no perdonará a nuestra ilusoria humanidad es esa quimera llamada Tiempo.
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