En el nombre de la almohada
Hay noches en que el sueño y la vigilia se entremezclan como ensaladas a la espera de limón y te sientes confuso. Olvidas si estás despierto o dormido, y maldices al inconsciente en un esfuerzo por recuperar la razón, ésa que reniega de tanta olla y tanto cocido milenario interfiriendo la lógica intestinal. De pronto, el auricular empotrado en el cerebro, escuchas la voz de tus sueños y te sientes vulnerable, pero no te importa. Abrazado a la almohada en posición fetal, arropado en anhelos y fantasías, en miserias y otras realidades, confías en aquel claro de luna que una vez correteara por el piano de la infancia, y descubres otras ilusiones y contextos. En suma, percibes duplicados de afanes e infortunios. Durante ese milisegundo, imaginas que los seres humanos, aún siendo negativos los unos de los otros, perseguimos lo sencillo. Soñar, dormir quizá, en el nombre de la almohada. Una con calificativo propio. Acaso tu nombre, acaso el mío.
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